Como nunca se impone hoy en el país sincerar el ejercicio de la política. Me refiero a la necesidad de actuar con actitud responsable y reglas claras. No se puede seguir utilizando la mentira como recurso, con la pretensión de engañar a los ciudadanos.
Por cierto, a ciudadanos que han alcanzado un elevado grado de madurez, que están bien informados, que interiorizaron lo que es el concepto de participación que puso en marcha el expresidente Hugo Chávez. Hoy existe, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, un pueblo que capta con rapidez dónde está la falsedad y dónde está la autenticidad. ¿Por qué el tono de este comentario? Porque ya no es posible seguir tolerando las actitudes duales, la ambigüedad de las posiciones en política. Se impone develar el engaño, la pretensión se meterle a la gente gato por liebre como se dice en criollo.
El ejemplo es claro: hay un liderazgo opositor que no puede seguir engañando al país y, en particular a quienes representa. Un liderazgo que actúa con asombrosa impunidad y total desprecio por la calidad del pueblo venezolano. Esto ha quedado claro con el infortunado curso de los acontecimiento desatados a partir del pasado 12 de febrero. Hay en ese liderazgo un sector, responsable directo del intento de derrocar al presidente constitucional Nicolás Maduro con el empleo de la violencia, que promovió esta opción con un discurso y unas actuaciones suficientemente conocidas, pero que ahora no admite la autoría; y hay otro sector que de los dientes para afuera dice estar en contra de esas acciones desestabilizadoras, pero que no condena las barbaridades que se cometen.
Este comportamiento dual de los dos sectores en que está dividida la oposición, uno como protagonista abierto que lo niega, y como otro crítico formal de esos procedimientos, pero evasivo a la hora de condenarlos, le comunica un olor nauseabundo, un cariz inmoral, al comportamiento general de la oposición. ¿Quién es confiable en lo que dice y hacen, López, machado y otros, o aquellos que participan en la mesa de diálogo representando una actitud aparentemente opuesta a la anterior? ¿O es que acaso estamos en presencia de una estrategia consistente en dividirse el trabajo, como una forma de enmascarar lo que en el fondo ambos sectores se proponen?
Por ejemplo –y con esto termino la presente reflexión- : la guarimba es la más acabada expresión de violencia política de los últimos tiempos en el país. Hasta el momento ha habido 44 muertos y 817 lesionados, sedes universitarias incendiadas, ataques contra bienes públicos y privados, medidas de fuerza para impedir que los ciudadanos circulen, pero ningún sector de la oposición condena el vandalismo que caracteriza esa táctica. Por el contrario, cuando la autoridad actúa para impedir el caos total, tanto el sector aventurero que lo conduce como el que pretende tomar distancia, reaccionan condenando la acción de la fuerza pública y asignando a los guarimberos la generosa connotación de personas que