Es el principal enemigo de casi todos los políticos iraquíes y sin embargo, Nuri al Maliki está convencido de que ganará las elecciones. Prácticamente solo contra todos, el líder del partido islamista chií Al-Daawa, ha ido perdiendo el apoyo de casi sus antiguos aliados tanto en su propio campo como en el de los suníes y los kurdos.
Y si como los pronósticos indican gana los comicios, será porque muchos iraquíes le ven como un mal menor, como el único chií que puede aspirar a ocupar la jefatura del Gobierno. La oposición suní está profundamente dividida, y los kurdos centrados en la carta autonomista.
El principal reproche que se le hace a al Maliki son los modestos resultados de su gestión, sobre todo en el ámbito de la seguridad. Desde hace un año, una ola de violencia sin precedentes desde 2008 sacude al país.
Cada día se producen medio centenar de ataques cuya autoría se atribuyen en muchos casos los rebeldes suníes que se consideran marginados en su propio país.
Un recrudecimiento de la violencia sectaria, atizado por la insurrección de los suníes de la provincia de Ambar y la brutal reacción del poder central. La represión feroz del Gobierno envenenó aún más la situación y desencadenó la toma de Faluya por parte de los yijadistas de la rama iraquí de Al Qaeda el pasado enero.
Después de 20 años de exilio, al Maliki volvió a Irak tras la caída del régimen de Sadam Hussein. Elegido diputado a la Asamblea Nacional Constituyente, participó en la redacción de la Constitución y se convirtió en primer ministro en 2006.
Un primer mandato poco satisfactorio caracterizado por sus promesas incumplidas.
En 2010, volvió a presentarse, y aunque quedó en segunda posición, consiguió mantenerse al frente del Ejecutivo a base de costosas y complejas acrobacias. Pero la frágil alianza forjada sucumbió a las tensiones con los kurdos y a la intifada suní en Ambar.
Para muchos el principal problema de al Maliki este año tiene nombres y apellidos.
Moqtada al-Sadr, el influyente líder radical chií, que anunciaba su retirada de la vida política el pasado febrero, sigue siendo una figura crucial y cada vez más popular en Irak. Tras apoyar a al Maliki en 2006 y 2010, ahora es su principal enemigo:
“La política se ha convertido en sinónimo de injusticias, imprudencia y abusos, en algo que permite a un dictador y tirano asentarse en el poder solo para robar el dinero, cortar cuellos y bombardear ciudades”.
Acusado de corrupción, al Maliki tampoco puede vanagloriarse de los resultados económicos de sus dos mandatos. Las reformas prometidas siguen pendientes de ejecución, y las condiciones de vida de la población se han deteriorado considerablemente. Privado de mayoría en el Parlamento, el Gobierno está paralizado desde hace dos años.