Atrapados sin salida y sometidos a los designios de los humanos. Es el destino de cientos de delfines que cada año son acorralados en Japón. A la tradicional caza anual le ha acompañado la no menos habitual polémica. Aunque esta vez la denuncia ha sido compartida por la embajadora estadounidense en el país nipón, Caroline Kennedy, que ha calificado la práctica como “inhumana”.
Una opinión que también mantienen los activistas. “En la matanza, que ellos llaman ‘pithing’, clavan una vara de metal en la médula espinal del delfín. Estos delfines no mueren inmediatamente, sino que tardan unos 20 o 30 minutos en los que se desangran, se asfixian o se ahogan en el proceso de ser arrastrados hasta el matadero”, explica Melissa Sehgal, de la organización ecologista Sea Shepherd.
La caza acontece en la pequeña localidad de Taiji, al oeste de Japón. Pero el Gobierno del país defiende el proceso por el que los mamíferos son vendidos a parques marinos y utilizados como alimento y alega que el sacrificio es necesario para proteger los caladeros.
“Creo que la caza de delfines es una de las industrias pesqueras tradicionales de Japón y se lleva a cabo de acuerdo a las leyes. Además los delfines no están dentro de la Comisión Ballenera Internacional y se deja a las respectivas naciones que gestionen este recurso”, ha declarado Yoshihide Suga, secretario del Gabinete japonés.
En 2009 la controversia alcanzó cotas internacionales a través del documental “The Cove”, que se alzó con el Oscar. Pero la denuncia sobre la tortura de los delfines en Japón no obtuvo los resultados esperados.