La celebración de una fiesta dedicada a los difuntos persigue en la mayoría de culturas el objetivo de apaciguar a los muertos más recientes que vagan aún por la tierra sin encontrar el lugar de reposo. La razón de ser de la fiesta cristiana de los difuntos es precisamente el culto en sufragio por las penas que aún tienen pendientes de pagar por el mal que voluntaria o involuntariamente hicieron en vida. Precisamente las indulgencias aplicables a los difuntos apuntan a ese objetivo. El fondo doctrinal es siempre el mismo: los vivos estamos en deuda con los difuntos; y si no cumplimos con las obligaciones que dimanan de esa relación deudor-acreedor, no nos dejarán en paz porque ellos tampoco podrán descansar en paz. La doctrina del purgatorio y de las almas que han de purgar en él sus culpas durante un tiempo, no es pues un invento del cristianismo, sino una adaptación (como tantas otras) del dogma cristiano a unas creencias ancestrales y casi universales.