Era viernes, el domingo habría elecciones presidenciales, y un retén de la policía nos esperaba frente a la embajada estadounidense en Santiago. Nosotros éramos seis. Los policías rondaban la misma cifra. Tuvimos que explicarles. Hablarles de ese señor canoso, calvo ya, de nombre Oscar López Rivera. Explicarles, también, de dónde veníamos nosotros, puertorriqueños todos, y por qué llevábamos en la boca el nombre de Oscar. (Christian Ibarra) 80grados